Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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jarle; pero desde el punto
y ahora en que se echó una estola sobre la coraza no hay remedio para nosotros. Pero ¿qué se propone Ara-
mis?... ¿qué me importa, si sólo quiere derribar a Colbert?... Porque ¿qué más puede querer?
El mosquetero se rascaba la frente, tierra fértil de la que el arado de sus uñas había sacado tantas ideas
fecundas, y resolvió hablar con Colbert; pero la amistad y el juramento que lo ligaban a Aramis le hicieron
retroceder, sin contar que él, por su lado odiaba también al intendente. Luego se le ocurrió hablar sin amba-
ges con el rey; pero el rey se quedaría a obscuras respecto de sus sospechas, que ni siquiera tenían la reali-
dad de la conjetura. Por último, decidió dirigirse directamente a Aramis tan pronto volviese a verlo.
--Lo tomaré de sorpresa --dijo para sí el mosquetero; --le hablaré al corazón, y me dirá... ¿Qué? Algo,
porque ¡vive Dios! que aquí hay misterio.
Ya más tranquilo, D'Artagnan hizo sus preparativos de viaje, y cuidó de que la casa militar del rey, muy
poco nutrida aún, estuviese bien regida y organizada en sus pequeñas proporciones. De lo cual se siguió
que Luis XIV, al llegar a la vista de Melún, se puso al frente de sus mosqueteros, de sus suizos y de un pi-
quete de guardias francesas, que en conjunto formaban un reducido ejército que se llevaba tras sí las mira-
das de Colbert, que hubiera deseado aumentarlo en un tercio.
--¿Para qué? --le preguntó el rey.
--Para honrar más al señor Fouquet --respondió el intendente.
--Sí, para arruinarlo más aprisa --dijo mentalmente el gascón.
El ejército llegó frente a Melún, cuyos notables entregaron al Luis XIV las llaves de la ciudad y le invita-
ron a entrar en las casas consitoriales para beber lo que en Francia llaman el vino de honor.
Luis XIV, que había hecho el propósito de no detenerse para llegar a Vaux, se sonrojó de despecho.
--¿Quién será el imbécil causante de ese retardo? --murmuró el rey, mientras el presidente del munici-
pio echaba la arenga de rúbrica.
--No soy yo --replicó D'Artagnan; --pero sospecho que es el señor Colbert.
--¿Qué se os ofrece, señor D'Artagnan? --repuso el intendente al oír su nombre.
--Se me ofrece saber si sois vos quien ha dispuesto que convidasen al rey a beber vino de Brie.
--Sí, señor.
--Entonces es a vos a quien el rey ha aplicado un calificativo.
--¿Cuál?
--No lo recuerdo claramente... ¡Ah!... mentecato... no, majadero... no, imbécil, esto es, imbécil. De eso
ha calificado Su Majestad al que ha dispuesto el vino de honor.
D'Artagnan, al ver que la ira había puesto tan sumamente feo al intendente, apretó todavía más las clavi-
jas, mientras el orador seguía su arenga y el rey sonrojaba a ojos vistos.
--¡Voto a sanes! --dijo flemáticamente el mosquetero, --al rey va darle un derrame. ¿Quién diablos os
ha sugerido semejante idea, señor Colbert? Como yo no soy hacendista no he visto más que un plan en
vuestra idea.
--¿Cuál?
--El de hacer tragar un poco de bilis al señor Fouquet, que nos está aguardando con impaciencia en
Vaux.
Lo dicho fue tan recio y certero, que Colbert quedó aturdido. Luego que hubo bebido el rey, el cortejo re-
anudó la marcha al través de la ciudad.
El rey se mordió los labios, pues la noche se venía encima, y con ella se le desvanecían las esperanzas de
pasearse con La Valiére.
Por las muchas consignas, eran menester a lo menos cuatro horas para hacer entrar en Vaux la casa del
rey; el cual ardía de impaciencia y apremiaba a las reinas para llegar antes de que cerrara la noche. Pero en
el instante de ponerse nuevamente en marcha, surgieron las dificultades.
--¿Acaso el rey no duerme en Melún? --dijo en voz baja Colbert a D'Artagnan.
Colbert estaba mal inspirado aquel día al dirigirse de aquella manera al mosquetero, que conociendo la
impaciencia del soberano, no quería dejarle entrar en Vaux sino bien acompañado, es decir, con toda la
escolta, lo cual, por otra parte, no podía menos de ocasionar retardos que irritarían todavía más al rey.
¿Cómo conciliar aquellas dos dificultades? D'Artagnan no halló otro expediente mejor que repetir al rey las
palabras del intendente.
--Sire --dijo el gascón, --el señor Colbert pregunta si Vuestra Majestad duerme en Melún. --¡Dormir en Melún! ¿Por qué? --exclamó Luis XIV, --¿A quién puede habérsele ocurrido esa sandez,
cuando el señor Fouquet nos aguarda esta noche?
--Sire --repuso Colbert con viveza, --me ha movido el temor de que se retrasara Vuestra Majestad, que,
según la etiqueta, no puede entrar en parte alguna, más que en sus palacios, antes que su aposentador haya
señalado los alojamientos, y esté distribuida la guarnición.
D'Artagnan prestaba oído atento mientras se roía el bigote. Las


 

 
 

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